domingo, 25 de noviembre de 2012

AÑO DE LA FE


VIVIR LA FE CON OTROS
Creer es una experiencia personal, y al tiempo comunitaria. Está hecha de certidumbres y preguntas, que surgen y se comparten con otras personas, de ayer y de hoy.


BUSCAR CON OTROS
La fe es una historia de búsqueda. De Dios y su verdad. De algo que dé sentido a lo que ocurre. De respuestas a las grandes preguntas, por el sentido de la vida, de la muerte, del dolor, del amor.
En esa búsqueda no estamos solos. De hecho, nos apoyamos en lo que otras personas antes que nosotros vivieron, intuyeron y comprendieron. Desde ahí aprendemos, y seguimos tratando de aprehender una verdad que se va desplegando en el tiempo. Hoy quiero sentirme unido a toda esa cadena de buscadores de Dios que, desde el inicio de los tiempos, buscan...
¿Hay algún personaje de la historia de la Iglesia, alguna figura que me resulte especialmente cercana? Vuelvo la vista hacia ellos y rezo con ellos.

CELEBRAR CON OTROS
La fe se celebra. Alrededor de una mesa compartida. Imagino tantas veces en las que esa misma escena se ha repetido. Desde la última cena a tantas eucaristías diferentes en las que participo. Evoco diferentes espacios de celebración.
A veces son grupos juveniles, o la parroquia, o el juntarnos con motivo de algún acontecimiento especial. En todos esos casos, no tendría sentido celebrar yo solo. Celebrar es compartir los motivos para la alegría y para la esperanza. Desde la fraternidad más real.
¿Hay en mi historia algún episodio, celebración que recuerde con especial emoción? Vuelvo la vista hacia esos instantes y recuerdo lo que me supusieron.

CONSTRUIR CON OTROS
La fe cristiana implica ponerse manos a la obra. Echar raíces en el amor lleva a vivir desde un amor real, concreto, encarnado y fecundo. Supone trabajar con y por otros. A veces otros serán quienes te ayuden. En algunas ocasiones seré yo quien ayude a los demás.

Y muchas otras veces seremos, juntos, capaces de construir mucho… sanar heridas, alumbrar mundos nuevos, imaginar paraísos, desbaratar infiernos. Al juntar las manos y los brazos, al sumar las fuerzas, surge algo nuevo, diferente. En el encuentro hay una fecundidad mayor. En los proyectos así compartidos hacemos Reino.
En mi historia, ¿con quiénes me he puesto manos a la obra? Pido hoy por los proyectos en los que estoy implicado.






VIVIR LA FE CON LOS JÓVENES  
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viernes, 6 de julio de 2012

RECHAZADO ENTRE LOS SUYOS




Jesús no es un sacerdote del Templo, ocupado en cuidar y promover la religión. Tampoco lo confunde nadie con un maestro de la Ley, dedicado a defender la Torá de Moisés. Los campesinos de Galilea ven en sus gestos curadores y en sus palabras de fuego la actuación de un profeta movido por el Espíritu de Dios.

Jesús sabe que le espera una vida difícil y conflictiva. Los dirigentes religiosos se le enfrentarán. Es el destino de todo profeta. No sospecha todavía que será rechazado precisamente entre los suyos, los que mejor lo conocen desde niño.

El rechazo de Jesús en su pueblo de Nazaret era muy comentado entre los primeros cristianos. Tres evangelistas recogen el episodio con todo detalle. Según Marcos, Jesús llega a Nazaret acompañado de un grupo de discípulos y con fama de profeta curador. Sus vecinos no saben qué pensar.

Al llegar el sábado, Jesús entra en la pequeña sinagoga del pueblo y “empieza a enseñar”. Sus vecinos y familiares apenas le escuchan. Entre ellos nacen toda clase de preguntas. Conocen a Jesús desde niño: es un vecino más. ¿Dónde ha aprendido ese mensaje sorprendente del reino de Dios? ¿De quién ha recibido esa fuerza para curar? Marcos dice que todo “les resultaba escandaloso”. ¿Por qué?

Aquellos campesinos creen que lo saben todo de Jesús. Se han hecho una idea de él desde niños. En lugar de acogerlo tal como se presenta ante ellos, quedan bloqueados por la imagen que tienen de él. Esa imagen les impide abrirse al misterio que se encierra en Jesús. Se resisten a descubrir en él la cercanía salvadora de Dios.

Pero hay algo más. Acogerlo como profeta significa estar dispuestos a escuchar el mensaje que les dirige en nombre de Dios. Y esto puede traerles problemas. Ellos tienen su sinagoga, sus libros sagrados y sus tradiciones. Viven con paz su religión. La presencia profética de Jesús puede romper la tranquilidad de la aldea.

Los cristianos tenemos imágenes bastante diferentes de Jesús. No todas coinciden con la que tenían los que lo conocieron de cerca y lo siguieron. Cada uno nos hacemos nuestra idea de él. Esta imagen condiciona nuestra forma de vivir la fe. Si nuestra imagen de Jesús es pobre, parcial o distorsionada, nuestra fe será pobre, parcial o distorsionada.
¿Por qué nos esforzamos tan poco en conocer a Jesús? ¿Por qué nos escandaliza recordar sus rasgos humanos? ¿Por qué nos resistimos a confesar que Dios se ha encarnado en un Profeta? ¿Tal vez intuimos que su vida profética nos obligaría a transformar profundamente su Iglesia?
José Antonio Pagola

viernes, 22 de junio de 2012

SIENTE EL AMOR DE JESÚS EN TU VIDA



Así caminamos. Así avanzamos. Así salimos adelante. En tiempos ligeros, y en horas de crisis. En días luminosos y en noches sombrías. Cuando nos sentimos poderosos, y cuando nos sabemos impotentes. Con las manos desnudas. Con tanta fragilidad que a veces parece que nos vamos a romper. Pero no nos rompemos, porque la fuerza que nos sostiene es diferente: es el amor que no posee; es la fe que nada entre preguntas; es el servicio que a veces no sirve para nada; es la riqueza que no atesora cifras, sino historias.

viernes, 8 de junio de 2012

UNA DESPEDIDA INOLVIDABLE




Celebrar la Eucaristía es revivir la última cena que Jesús celebró con sus discípulos y discípulas la víspera de su ejecución. Ninguna explicación teológica, ninguna ordenación litúrgica, ninguna devoción interesada nos ha de alejar de la intención original de Jesús. ¿Cómo diseño él aquella cena? ¿Qué es lo que quería dejar grabado para siempre en sus discípulos? ¿Por qué y para qué debían seguir reviviendo una vez y otra vez aquella despedida inolvidable?


Antes que nada, Jesús quería contagiarles su esperanza indestructible en el reino de Dios. Su muerte era inminente; aquella cena era la última. Pero un día se sentaría a la mesa con una copa en sus manos para beber juntos un «vino nuevo». Nada ni nadie podrá impedir ese banquete final del Padre con sus hijos e hijas. Celebrar la Eucaristía es reavivar la esperanza: disfrutar desde ahora con esa fiesta que nos espera con Jesús junto al Padre.

Jesús quería, además, prepararlos para aquel duro golpe de su ejecución. No han de hundirse en la tristeza. La muerte no romperá la amistad que los une. La comunión no quedará rota. Celebrando aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo, su presencia y su espíritu. Celebrar la Eucaristía es alimentar nuestra adhesión a Jesús, vivir en contacto con él, seguir unidos.

Jesús quiso que los suyos nunca olvidaran lo que había sido su vida: una entrega total al proyecto de Dios. Se lo dijo mientras les distribuía un trozo de pan a cada uno: «Esto es mi cuerpo; recordadme así: entregándome por vosotros hasta el final para haceros llegar la bendición de Dios». Celebrar la Eucaristía es comulgar con Jesús para vivir cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano.

Jesús quería que los suyos se sintieran una comunidad. A los discípulos les tuvo que sorprender lo que Jesús hizo al final de la cena. En vez de beber cada uno de su copa, como era costumbre, Jesús les invitó a todos a beber de una sola: ¡la suya! Todos compartirían la «copa de salvación» bendecida por él. En ella veía Jesús algo nuevo: «Ésta es la nueva alianza en mi sangre». Celebrar la Eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre nosotros y con Jesús.