Un Dios Cercano


Celebrar la Navidad es, ante todo, creer, agradecer y disfrutar de la cercanía de Dios. Estas fiestas sólo puede gustar en su verdad más honda quien se atreve a creer que Dios es más cercano, más comprensivo y más amigo de lo que nosotros podemos imaginar.

Ese Niño nacido en Belén es el punto de la creación donde la verdad, la bondad y la cercanía cariñosa de Dios hacia sus criaturas aparece de manera más tierna y bella.

Sé muy bien cómo les cuesta hoy a muchas personas encontrarse con Dios. Quisieran creer de verdad en El, pero no saben cómo. Desearían poder rezarle, pero ya no les sale nada de su interior. La Navidad puede ser precisamente la fiesta de los que se sienten lejos de Dios.

En el corazón de estas fiestas en que celebramos al Dios hecho hombre, hay una llamada que todos, absolutamente todos, podemos escuchar: «Cuando no tengas ya a nadie que te pueda ayudar, cuando o veas ninguna salida, cuando creas que todo está perdido, confía en Dios. El está siempre junto a ti. El te entiende y te apoya. El es tu salvación».

Siempre hay salida. Lo más importante de nuestro ser, lo más decisivo de nuestra existencia, está siempre en manos de un Dios que nos ama sin fin. Y esta confianza en Dios Salvador ha de abrirse paso en nuestro corazón, incluso cuando nuestra conciencia nos acuse haciéndonos perder la paz.

La fidelidad y la bondad de Dios están por encima de todo, incluso de toda fatalidad y todo pecado. Todo puede ser nuevo si nos abrimos confiadamente a su perdón. En ese Niño nacido en Belén, Dios nos regala un comienzo nuevo. Para Dios nadie está definitivamente perdido.

Sé que las fiestas de Navidad no son unas fiestas fáciles. El que está solo, siente estos días con más crudeza su soledad. Los padres que sufren el alejamiento del hijo querido, lo añoran estas fechas más que nunca. La pareja en que se va apagando el amor, siente aún más su impotencia para reavivar aquel cariño que un día iluminó sus vidas.

Sé también que estos días es fácil sentir dentro del alma la nostalgia de un mundo más humano y feliz que los hombres no somos capaces de construir. En el fondo, todos sabemos que, al margen de otras muchas cosas, no somos más felices porque no somos más buenos.

Pues bien, la Navidad nos recuerda que, a pesar de nuestra aterradora superficialidad y, sobre todo, de nuestro inconfesable egoísmo, siempre hay en nosotros un rincón secreto en el que todavía se puede escuchar una llamada a ser mejores y más felices porque contamos con la comprensión de Dios.

DEMASIADO BELLO

Demasiado bello para ser verdad. Así se nos presenta hoy el mensaje de Navidad.

¿Cómo anunciar una «alegría grande» a todo el mundo cuando sabemos que la vida es para tantos una amenaza continua de inseguridad, de sin-sentido y de miedo?

¿Cómo cantar la paz en la tierra cuando vivimos envueltos en crueles imágenes de guerra y de terror?

¿Quién podrá consolar nuestro corazón del cansancio y de la desilusión?

Hace unos años K. Rahner escribió algo que quiero escuchar estos días:

«Cuando al pobre corazón le parece que lo que anuncia la Navidad es demasiado bello para ser verdad, entonces la voz del corazón debe atender con más urgencia al mensaje del Niño que ha nacido hoy».

Navidad nos dice, en primer lugar, quién es Dios. Hay algo muy metido en nosotros que nos lleva a imaginarlo omnipotente, eterno y lejano. Sin embargo, Dios es diferente de lo que nosotros pensamos de Él.

Dios se ha hecho niño, es humano, es frágil y cercano, es uno de nosotros.

El amor de Dios no es un invento de teólogos; es algo misterioso e increíble que ha llegado a Dios a compartir nuestra existencia. ¿No es una suerte que Dios sea así?

Navidad nos revela, al mismo tiempo, quién es el hombre. Sentimientos contrarios se entremezclan dentro de mí estos meses: decepción y confianza, pena por el ser humano y deseo grande de paz, desilusión y secreta esperanza; no puedo «entender» la lógica de los poderosos de la Tierra y me da pena el silencio de los hombres de bien.

Navidad nos dice que la aventura humana no es un fracaso; que no estamos solos en manos del mal; que Dios sufre con nosotros; que Él nos acompaña hacia la vida eterna. Desde el desamparo del pesebre hasta el asesinato de la cruz, Cristo no dice otra cosa. ¿De quién nos puede llegar la «salvación», si no es de él?

No es fácil pronunciar hoy esta palabra, pero tiene razón el teólogo belga A. Gesche cuando afirma que «la idea de salvación merece ser escuchada de nuevo como una de esas viejas palabras que vuelven a resonar en nosotros porque todavía tienen algo que decirnos».

El mundo busca «salvación» y no sabe hacia dónde dirigir su mirada.

¿Nos atreveremos a escuchar el mensaje navideño:

«Alegraos: os ha nacido hoy un Salvador»?

José Antonio Pagola"

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